Hoy quiero contarte un poco sobre mi recorrido en el mundo del diseño. Y es que en la época en la que estaba estudiando diseño gráfico (para ser exactos hace ya 14 años) pasé por lo mismo que muchos alumnos que hoy en día estudian la carrera. Todos, incluyendo a los recién egresados, estoy seguro de que pasamos por ese momento incómodo llamado “incertidumbre”.
Llevo días –semanas debo decir– tratando de aterrizar estas líneas para compartir con ustedes. Como todo en la vida, resulta más fácil para algunos que para otros vaciarse en palabras, lo cierto es que a mí me cuesta un poco poner en orden las ideas que atacan la cabeza y las tripas, esto, no es tarea nada fácil. Cuenta la leyenda que para escribir hay que conocer el tema del que hablas, bueno, pensé para mí, enfrentarme a esta experiencia es algo que conozco, que puedo investigar, ¡claro! Les puedo escribir de las aterradoras, encantadoras, nerviosas y mágicas… Primeras veces.
El término sincronía
nos remite usualmente a la escena musical –nadie
dirigió a la Orquesta Filarmónica de Berlín con tanta sincronía como lo hizo Herbert
von Karajan–, a la espiritual –cuando
hago yoga me siento en sincronía con el universo–, afectiva –nuestras almas se encuentran en sincronía–,
y hasta laboral –wow, el proyecto fluyó
de maravilla, estamos en sincronía–.
Hoy más que nunca tenemos que pensar en plural, en el gran colectivo que somos, en el impacto que nuestras decisiones pueden tener en nosotros pero también en los demás. No sabemos si el daño es a propósito o irresponsabilidad de nosotros mismos, pero seguro es una pausa para que nuestro planeta respire y se vuelva a cargar de la energía que nos estamos acabando.
En el ya lejano 2012 llegó a la oficina la oportunidad de presentar propuestas para una marca de nivel internacional llamada Kreston, fue un cliente que llegó inesperadamente y al que decidimos apostar y finalmente se convirtió en el cliente más redituable en la historia del estudio.